viernes, 3 de septiembre de 2010

poder politico de la edad media

durante la edad media se integraron dos nociones de poder que imfluyeron en la forma de organisizion politica de la epoca. segun la primera nocion, la herencia de el cristianismo, expandio por el primer imperio romano, indicaba que el poder venia de Dios, ante el cual el pueblo simplemente se sorprendia.

Esta contribución está destinada a indagar en las condiciones sociales en los que se desarrolló el trabajo intelectual de la Edad Media. Su punto de partida se sitúa, pues, en reivindicar el concepto de determinación.
            Es un concepto hoy poco respetable. Se lo considera demasiado rígido, que inclina a comprender la subjetividad como un mero reflejo de la economía. Los historiadores se ven constreñidos cuando imperan demasiados condicionamientos, y son entendibles sus ansias de liberar el juicio creativo.
            Los marxistas han tenido mucho que ver con esta sospecha que se extendió sobre el concepto, aunque sabemos que Marx declaró no ser marxista. Esta paradójica demarcación estuvo relacionada con la caricatura del materialismo histórico. La misma preocupación tuvo Engels, cuando constató que el fundamento económico de la sociedad se modificaba, entre sus continuadores, en la receta universal de toda praxis humana[1].
            Estas circunstancias nos advierten que es la hora del regreso, desde el mecanicismo a la compleja intersección de planos mutuamente condicionados, que surgen de pensar una totalidad jerarquizada, es decir, determinada. Es el regreso a Marx.
            No es fácil encontrar en su obra aclaraciones taxativas del concepto. Marx rehuye las definiciones. Es explicable, porque toda definición es, por definición, simplificadora. Pero la ausencia de receta se compensa, en este caso, por una distanciada incursión sobre el criterio. Es en una nota en el primer volumen de El Capital, y apela a una ficción, conocida por todos, para mostrar al individuo en el cuadro de referencias sociales. Dice que don Quijote ya tuvo que arrepentirse por haber creído que la caballería andante era compatible con todas las formas económicas de la sociedad[2].    
            El desencuentro del personaje con su entorno (una metáfora que cabalga entre la irrealidad del imperio que se agotaba y la realidad de un reino que perdía, en 1605, el paso de la modernidad)[3] le permite, a Marx, mostrar el concepto de determinación como el concepto límite de la actividad social. Da cuenta del radio de acción que la estructura habilita; transpuestos esos límites, la práctica social deviene patológicamente inapropiada. No es un concepto muy diferente del que rehabilitaron sociólogos como Pierre Bourdieu y Anthony Giddens[4]. Una tesis reciente sobre la polis griega confirma su vigencia: entre las múltiples decisiones que se tomaban en la asamblea ateniense, nadie propuso acabar con la esclavitud. Su autor, que se proponía demostrar la indeterminación de las decisiones humanas, induce a pensar en el dato que cierra una perfecta constancia sobre la determinación: ningún diputado se anima hoy a proponer la restauración de los esclavos.
            Reconocer los confines que marcan el medio por el cual se desenvuelve cualquier práctica social, presupone que la práctica intelectual no se exime, como un quehacer estrafalario, de los condicionantes. Incluso ficciones tanto o más imaginativas que El Quijote, como lo son las elucubraciones de un postmoderno. Con este marco abordaremos entonces algún aspecto de la cultura erudita de los medievales en su relación con un fondo socioeconómico y sociopolítico.    
            Un breve ensayo del medievalista norteamericano Francis Oakley, Los siglos decisivos. La experiencia medieval[5], contribuye a organizar nuestras cuestiones.
            Un título demasiado pretencioso para muy pocas páginas, condenan a este libro a que pase desapercibido ante la severa curiosidad del historiador. Y efectivamente, no figura, por lo menos en el área de lengua castellana, entre las lecturas prestigiosas de formación profesional. Concedamos en que nada resuelve de manera definitiva, pero es un ensayo que debe retener nuestra atención.
            Muchas veces el postulado de un emprendimiento no coincide con el desenlace. Los desembarcos en lugares imprevistos se reiteran: le puede suceder tanto al gran hombre de la historia que, inopinadamente, descubre América, como al pequeño historiador que sólo confirma lo que ya estaba descubierto. No es el caso de Oakley, cuyos resultados surgen de un examen intencionado.
            La pregunta que se formula es la siguiente: ¿Qué es lo que provocó la gran revolución científica del siglo XVII en el mundo occidental?
            No nos asombremos de esos medievales orígenes científicos. La tesis que deriva la ciencia moderna de los hábitos mentales que inculcó la teología escolástica, justifica mirar atrás en el tiempo, en los siglos XII y XIII.
            La contestación inmediata, arquetípica de una persona culta, sería que el racionalismo moderno se debe a la herencia de la antigüedad clásica, en especial al legado aristotélico. Oakley, oficiando de abogado del diablo, replica de manera contundente: esa herencia fue antes conocida por los sabios del mundo islámico y de Bizancio, "sin llegar a nada que asemeje a la física newtoniana" (p.165). Hoy podríamos complementar esa muy discreta afirmación diciendo, con arriesgada imprudencia, que lejos del racionalismo, allí florece el irracional fundamentalismo religioso. La continuidad del argumento es previsible: cuáles fueron, entonces, los factores que posibilitaron el triunfo del racionalismo occidental.
            Oakley da una serie de respuestas complementarias. Una parte significativa de su tesis explora la diferenciación cultural entre la naturaleza, la sociedad y el hombre, que inspira el cristianismo. Enfrentado a las religiones arcaicas, que creían que la naturaleza era una emanación necesaria de la sustancia divina, en la que el hombre también participaba, la Biblia establece un Dios trascendente que crea de la nada. Advierto que, en nuestro medio, la profesora de filosofía medieval, Mercedes Bergadá, ya había discurrido sobre el profundo cambio en la concepción antropológica que implicó el cristianismo[6]. La diferencia es, efectivamente, pronunciada entre una religión pagana que veía al hombre como derivación secundaria de los dioses (en términos de Oakley el hombre como una parte caída de la sustancia divina), por un lado, y la concepción cristiana, por otro, según la cual Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, directamente, como acto absoluto, estableciendo una relación personal e intransferible entre el creador y su criatura. Cuando se negaba que la naturaleza fuera una emanación de la sustancia divina, se establecía la condición filosófica fundamental para el surgimiento de la ciencia natural viable y para afirmar la idea de la personalidad humana individual. Esto explicaría el secularismo occidental, y según parece, es la respuesta preferida de Oakley.
            Otra variable estriba en que una corriente, en la que San Agustín fue decisivo, se inclinó por conservar el antiguo plan romano de las artes liberales. Esta receptividad de la sabiduría pagana implica la convicción de que, cualquier sistema doctrinario puede ser incluido en otro sistema, incluso en su antítesis, y jugar en consecuencia un papel gnoseológico constructivo[7]. Con esta premisa, Santo Tomás, que tanta autoridad adquirió en la iglesia, puso la nueva lógica aristotélica al servicio de la fe, con lo cual, el racionalismo tendría una trayectoria subordinada y protegida.
            Por último, llegamos a la respuesta que conduce a nuestra materia. Se refiere a las universidades medievales como instituciones que aseguraron a los sabios una posición privilegiada y un sensato nivel de independencia de presiones no académicas. Esta autonomía se tradujo en que los universitarios no sólo tenían derecho a elegir sus propios programas de estudio sino también a otorgar licentia docendi, es decir, algo parecido a nuestros doctorados. Los universitarios lograban pues controlar sus mecanismos de reproducción. 
            Como era esperable, el poder externo atacó esta autonomía, y también objetó proposiciones de raíz aristotélica. Los doctores, como muestra el ejemplo de la universidad de París, defendieron su autarquía con huelgas durante el siglo XIII. La consecuencia es que preservaron su autonomía, y a fines de esa centuria el racionalismo aristotélico se consolidaba en los planes de estudio.
            Oakley muestra que las universidades eran corporaciones, réplicas de los gremios urbanos. Pero a su vez esas corporaciones sólo se explican por caracteres medulares de la sociedad. Estas precisiones nos conectan con otras cualidades del sistema social del occidente medieval, que constituyen su peculiaridad, cualidades que nuestro autor ha sugerido más que explotado.
           
            Despleguemos ahora algunas consecuencias de esta iniciación en el tema.
            En primer lugar, es necesario ampliar los alcances del logro escolástico. Sus consecuencias, lejos de reducirse a Newton, se despliegan en la historia del sujeto, cuyas acciones, orientadas hacia fines delimitados, han tenido una creciente significación en la dinámica social. Es el giro que Hegel vio realizarse en la revolución francesa, y que implicó, como dijo Herbert Marcuse, abandonar la acrítica condescendencia con las condiciones de vida predominantes. Ese giro consiste en que el hombre se pueda proponer, desde entonces, organizar la realidad de acuerdo con las exigencias del pensamiento racional en lugar de acomodar su pensamiento a la irracionalidad del orden y de los valores existentes[8]. Ese ser actúa sobre la realidad sin someterse a las condiciones heredadas, y por ello mismo, es inconcebible sin el racionalismo crítico, que capta empíricamente la realidad para implementar un accionar pensado y transformador, aun cuando su resultado conduzca a un nuevo irracionalismo no deseado. El problema, entonces, no sólo atañe a un episodio científico, por más trascendente que éste sea, sino al conjunto de una praxis social experimental y racionalizada, que constituye una clave para el entendimiento de la historia contemporánea. Si hablamos, pues, acotadamente, de una revolución científica moderna, el concepto incluye, además de las ciencias exactas y naturales, a las ciencias sociales que guían la actividad política y a la filosofía que rige nuestra cosmovisión.
            La significación de ese racionalismo se advierte, a contraluz, en la muy poco razonable intervención de El Quijote para resolver la sinrazón de lo real. En la comparación, se evidencia la distancia que separa el proyecto realizable (por más lejano que se encuentre) de la utopía de quien no reconoce los límites objetivos de su proceder. Cuando recordamos que para algunos colegas la realidad no existe, advertimos que esa obra maestra nos sigue explicando, después de cuatro siglos, una situación actual.
            Un segundo aspecto estriba en que hubo un nexo orgánico entre el racionalismo de la escolástica y su decurso posterior. La mirada debe dirigirse entonces al Renacimiento, como propuso Paul Oskar Kristeller. En este sentido, muchas veces se olvidó que detrás del extraordinario movimiento filológico, literario y retórico de los humanistas,

            "…Italian Aristotelianism developed steadily through the fourteenth century under the influence of             Paris and Oxford, became more independent and more productive through the fifteenth century, and             attained the greatest development during the sixteenth and early seventeenth centuries, in such             comparatively well-known thinkers as Pomponazzi, Zabarella and Cremonini. In other words, as far             as Italy is concerned, Aristotelian scholasticism, just like classical humanism is fundamentally a             phenomenon of the Renaissance period whose ultimate roots can be traced in a continuous             development to the very latest phase of the Middle Ages” [9].
           
            Sin esta conexión, cuestiones como el logro de Galileo serían inexplicables.
            Un tercer punto a reflexionar consiste en la relación indirecta que existió, muchas veces, entre motivación de las luchas universitarias y condicionamientos científicos. Las riñas, los alborotos nocturnos, los juegos de azar, la frecuentación de prostitutas y de tabernas, conformaban un género de vida, que realizaba una parte de la población universitaria, que, en expresión de Le Goff, se oponía a la moral de las capas dominantes de la sociedad urbana[10]. Estos comportamientos causaban enfrentamientos con el poder ¿Cuál era la actitud de un maestro universitario ante esos desmanes? ¿Escribía notas condenatorias? ¿Apelaba a las intervenciones externas? Nada más alejado de sus intenciones. Si un maestro medieval leyera hoy, en el diario La Nación, que un académico cultiva su respetabilidad en la sociedad burguesa censurando lo que fue la sustancia de la vida universitaria, la trasgresión, no saldría del estupor. Consciente de que en esos conflictos de jurisdicción con la autoridad urbana se dirimía la instrucción erudita, el resguardo del gremio era una prioridad. La autonomía del estudio, que implicaba la independencia para decidir cómo examinar un texto, se defendía, entonces, con motivos muy poco doctos. Para el maestro medieval, el fortalecimiento de sus amparos era un requisito de su existencia. La circunstancia nos ofrece una oportunidad para reflexionar acerca de la divergencia entre el heteróclito (e incluso contradictorio) espectro de motivaciones, las acciones y los resultados objetivos del acto en el plano institucional.
            Aclaro que elegí a un maestro secular, miembro del consortium magistrorum de París, comprometido en la defensa de los derechos de la universidad, es decir, el ejemplo no se refiere a los frailes mendicantes, que no suspendían los actos académicos cuando los privilegios eran atacados[11]. El hecho también evoca la actualidad del tema.
            Estos complementos a la tesis que glosamos son, en verdad, auxiliares de una cuestión más sustantiva. Se trata de que la corporación universitaria sólo proporcionó uno de los medios para el desarrollo del racionalismo. Efectivamente, si vinculamos de manera sistemática la universidad con la estructura social, advertimos que la causalidad originaria de esa disposición, que atraviesa la historia intelectual del occidente, no se dirime en los marcos de una sola instancia. La visión debería comprender la totalidad, y ello implica un procedimiento abstractivo que nos permita remontarnos al núcleo esencial. Esta visión implica desplazar, o por lo menos aminorar, un dualismo maniqueo por el cual se percibe un ámbito racionalista exclusivo atacado por fuerzas hostiles.
            Trataré la cuestión mediante proposiciones vinculadas.
           
            1) La universidad, en tanto forma peculiar de la Edad Media occidental, cuyos miembros se adjudican facultades de jurisdicción para resolver conflictos, internos o con poderes externos, no encuentra su símil solamente en las corporaciones de artesanos o mercaderes. Es, más bien, un fragmento (significativo) en una organización general de soberanías particulares[12].
            Desde este punto de vista, la universidad sólo se comprende en el contexto de sujetos (individuales o colectivos) propietarios de derechos políticos. Ese contexto permite aprehender la auto adjudicación de una potestad jurisdiccional y la compleja trama de relaciones que la universidad desarrolló con los poderes externos, aspecto que habla de una autonomía relativa.
            La cualidad enunciada nos introduce en la funcionalidad que la universidad tuvo con relación al príncipe o al papa. Existe una correlación entre crecimiento de estudios y crecimiento de burócratas, aun cuando no fuera un requisito ser egresado universitario para acceder a un cargo[13]. De todos modos, esa relación existió y estuvo lejos de ser estática: la interdependencia entre poder y universidad fue cada vez más pronunciada, y los doctores participaron de manera creciente en asuntos de estado, al mismo tiempo en que se transformaban en una casta. La calidad de los estudios decayó. Fueron síntomas y causas de esa declinación tanto el abandono del ideal ecuménico como el utilitarismo, criterios que se impusieron entonces en el ámbito académico. Esos criterios se tradujeron en el intelectual consagrado a la gestión y atado a requerimientos concretos. 

miércoles, 11 de agosto de 2010

epoca medieval

se conoce como edad media el periodo mas transcurrido de los europeos desde la desintegracion de el imperio romano de occidente , la epoca medieval :eran los tiempos de hace mas  800 años en el medioevo habian muchos castillos con susu reyes lo mismo que campesinos y mercadeos en esa epoca se distinguian por sus diferencias en clases sociales : la nobleza,el clero y la poblacion campesina.
sus religiones eran mas que todo la iglesia catolica,las relaciones gremiales fueron los que los salvaron entonces tenian buena economia con otros paises y con ellos mismos.